Sendero de la esperanza: crónica de un alma intrépida

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Andrea Rivero

En el corazón de Santa Cruz de la Sierra, vivía un niño cuyos sueños brillaban como las estrellas: prometedores, ambiciosos y difíciles, pero no imposibles de alcanzar. Muy pronto, tuvo que despedirse de su realidad para buscar un futuro mejor. Esta es la historia de Marcos, un inmigrante determinado y lleno de esperanza, que se convirtió en símbolo de perseverancia.

A los once años, su padre le dio la noticia de que se irían juntos a un país donde abundaban los peces y las mariposas: Panamá. Lo que inicialmente parecía una breve travesía se convirtió en años establecidos en la capital panameña.

Marcos solo llevaba una maleta desgastada, pero su mente estaba llena de sueños. La emoción lo embargaba, pero pronto comprendió la realidad: habían dejado atrás su hogar en busca de una vida mejor. En el Istmo experimentó una inmensa tristeza al despedirse de todo lo que conocía; un cambio abrumador para un niño inmigrante. Sin embargo, con el tiempo, halló la fuerza para forjar un nuevo futuro.

Al principio, enfrentó muchas barreras. El entorno era desconocido y las diferencias culturales lo hacían sentir aislado, pero nunca perdió su actitud positiva. En la escuela, le costó establecer vínculos, pero su deseo de aprender lo impulsó a seguir adelante. Poco a poco, superó sus miedos y formó amistades duraderas, además de destacar académicamente.

Con los años, su padre logró su objetivo: un negocio de mercadeo exitoso que sigue prosperando. Siempre hizo lo posible por apoyar a sus hijos, Marcos y Antonio.

Para ayudar en casa, Marcos comenzó a laborar como mesero en un restaurante después de clases. Aunque trabajaba duro, sabía en su interior que quería algo más que servir bebidas. Se interesó en la medicina durante la secundaria y, tras graduarse con honores, ingresó a la universidad para estudiar su carrera soñada.

La medicina no solo representaba un medio para vivir, sino también una forma de contribuir a su nueva comunidad. Durante doce años, estudió con dedicación, aunque en ocasiones estuvo al borde de rendirse. Sin embargo, cuando conoció a Vildia Rowe, su futura esposa y madre de sus hijas, encontró la motivación que necesitaba para continuar.

Marcos siempre había soñado con tener una familia, ejercer la profesión que amaba y cumplir las expectativas de su niño interior que anhelaba el éxito. Finalmente, se graduó como médico especialista en emergencias. Pero justo cuando pensaba que había alcanzado su final feliz, le informaron que debía ejercer en la provincia de Chiriquí.

Al principio, sintió desesperación. No quería comenzar de nuevo en un lugar desconocido, ya había vivido esa experiencia. Pero pensó en su familia, en sus dos hijas, y decidió aceptar el reto, prometiendo apoyar a su esposa en todo lo necesario.

Al llegar a su nuevo hogar en Chiriquí, reflexionó sobre lo que su padre debió sentir al emigrar. Comprendió por qué trabajaba tan arduamente, incluso al punto de no dormir en casa: todo era por asegurar el bienestar de su familia.

Marcos se convirtió en el primer urgenciólogo del Hospital Regional de Chiriquí, ayudando a miles de personas a lo largo de su carrera. Aunque prosperó en su nueva vida, nunca olvidó sus raíces ni la travesía que lo llevó hasta allí. Se dedicó a ayudar a los demás, especialmente a su familia.

La historia del doctor Marcos Harold Rivero es un testimonio de valentía y tenacidad. Es un recordatorio de que los migrantes aportan talento y diversidad cultural que enriquecen la sociedad que los recibe. Su ejemplo es un tributo a todos aquellos que, buscando una vida mejor, contribuyen a tejer comunidades llenas de esperanza y resiliencia.

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